La desigualdad entre los más ricos y los más pobres no deja de crecer en nuestro planeta, y las recientes crisis sociales y económicas no han hecho más que agravar esa brecha. La desigualdad endémica y otras circunstancias que de ella se derivan, como la pobreza o el sinhogarismo, son los principales desafíos de nuestro tiempo, pero no son nuevos fenómenos. A lo largo de la historia de la humanidad, muchas personas, adultos y jóvenes, se han rebelado contra esta situación y han protagonizado movimientos sociales con el objetivo de crear un mundo más justo y solidario. Uno de estos jóvenes fue, a finales del siglo XIII, San Francisco de Asís.
Hijo de un rico comerciante de la ciudad italiana de Asís, cuando sólo tenía veinticuatro años, Francisco, nacido Giovanni di Pietro Bernardone, decidió hacer un brusco cambio de rumbo en su vida al oír la llamada de Dios, y se convirtió en uno de los primeros activistas de los que se tiene conocimiento contra la pobreza y la desigualdad. Renunciando a sus bienes materiales y a su herencia, Francisco empezó a propugnar que la Iglesia y sus representantes debían observar criterios como la austeridad o la igualdad, liderando un movimiento de renovación cristiana que en un principio no fue bien aceptado por la jerarquía eclesiástica de la época. Sin embargo, la sencillez de sus planteamientos y su coherencia acabaron generando distintos movimientos religiosos que rechazaron desde dentro la creciente opulencia de la jerarquía eclesial y defendieron hacer "voto de pobreza" y renunciar a poseer bienes propios.
El mensaje de Francisco fue muy revolucionario y trascendió su época para erigirse en un modelo atemporal y todavía muy vigente hoy en día: sus planteamientos hicieron una crítica del sistema económico global, denunciando el reparto desigual en un momento en que la diferencia entre los ricos y los pobres era abismal. Una situación que, desgraciadamente, no es tan distinta a la que se vive hoy en día.