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El síndrome de la fragilidad en las personas mayores: ¿qué es y cómo podemos intervenir como profesionales de los centros de día?

El síndrome de la fragilidad en las personas mayores: ¿qué es y cómo podemos intervenir como profesionales de los centros de día?

Glòria Rigol Mallafré
Coordinadora académica del área sociosanitaria y de personas mayores
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03.07.24

El síndrome de la fragilidad, propio de las personas mayores, se caracteriza por una disminución en la capacidad para responder de forma efectiva a los factores estresantes de características diversas (por ejemplo: caídas, ansiedad, situaciones de duelo). A nivel clínico, se ha observado que supone una disminución significativa en la reserva física y cognitiva, así como en la capacidad de recuperación del organismo y la resiliencia, lo que puede implicar un mayor riesgo para experimentar situaciones adversas y puede derivar en dependencia o incluso muerte.

Las personas que padecen el síndrome muestran sintomatología observable directamente como, por ejemplo: una pérdida de peso considerable, debilidad muscular, emocional y cognitiva, así como fatiga y lentitud en la marcha.

En Cataluña, el 20% de la población general tiene más de 65 años, y el 11% de estas personas se consideran frágiles, con mayor prevalencia en el caso de las mujeres. Esta fragilidad aumenta con la edad y supera el 50% en las personas mayores de 80 años. Es por este motivo que se trata de un reto de salud pública ante el que es necesario poder intervenir de forma multidisciplinar.

Como profesionales vinculados al área de personas mayores, ¿cómo nos puede interesar este aspecto y cómo podemos intervenir desde los centros de día?

Ante todo, necesitamos conocer las características del síndrome, para poder ser conscientes de ello y tomar medidas para poder contribuir tanto en la detección como en una actuación ajustada.

Las diferentes áreas de intervención multidisciplinar para prevenir o mejorar el pronóstico de estas personas, garantizando una mejora en su calidad de vida, pasan por: la detección, el diagnóstico y el seguimiento médico; la intervención farmacológica personalizada; la intervención nutricional; la intervención física (desde la fisioterapia y el entrenamiento personal); la intervención cognitiva y emocional (a través de los espacios de estimulación cognitiva); la intervención social; y la intervención familiar.

Si es personal de los centros de día, en este contexto las áreas de intervención de mayor incidencia pueden ser las vinculadas a la estimulación física, cognitiva y social, así como la intervención a nivel familiar.

Mantener la mente activa y comprometida a través de los talleres de estimulación puede permitir a las personas fortalecer su reserva cognitiva, haciendo posible una mejora en su calidad de vida y disminuyendo el riesgo de complicaciones vinculadas al síndrome de la fragilidad.

Al mismo tiempo, la intervención social es muy importante para prevenir la fragilidad y fortalecer emocionalmente a la persona para que tenga herramientas para enfrentarse a acontecimientos estresantes. Establecer conversación, jugar, competir, resolver problemas con otros, etc., son actividades que estimulan la cognición y que a su vez pueden aportar una mejora en el bienestar emocional debido al sentimiento de pertenencia a un grupo. Esto también puede contribuir a que la depresión o la ansiedad propias del síndrome de la fragilidad tengan menos probabilidades de presentarse dado que nos alejamos de un sentimiento de aislamiento social.

Por último, aportar información sobre el síndrome y prestar la ayuda necesaria a los cuidadores no profesionales o familiares también es un aspecto primordial. Como profesionales, es importante poder aportar información de utilidad sobre servicios a los que pueden recurrir para acompañar a su familiar en caso de fragilidad y, al mismo tiempo, también información sobre su existencia y sintomatología para poder realizar una detección preventiva, ya que es un síndrome que puede ser reversible.

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