COMPROMISO EDUCATIVO Y SOCIAL
BLOG FUNDACIÓN PERE TARRÉS
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Montserrat Garcia Oliva
Directora del grado en Educación Social. Directora del Máster en gerontología. Directora del PUGG. Docente/investigadora de la Facultad.
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09.06.20
Si nos dicen que la gente mayor sufre malos tratos, lo primero que nos preguntamos es si esto es cierto. Pues sí, lo es y, lo que es peor, la mayoría de ellos no se visibilizan. Es fácil reconocer un maltrato físico, económico, sexual y psicológico, pero no lo es tanto visualizar una negligencia o una vulneración de derechos.
Primero hay que empezar por definir el maltrato. Existen muchas definiciones, pero, personalmente, me gusta la definición que aporta la Declaración de Toronto (2002), documento que define la prevención global del maltrato de las personas mayores, así: «Acción única o repetida, o la falta de respuesta adecuada, que se produce en cualquier relación donde exista una expectativa de confianza y que provoca daños o angustia a una persona mayor». ¿Y por qué esta en concreto? Por dos motivos: el primero porque define que una falta de respuesta a una necesidad es maltrato y, el segundo, porque denuncia que la relación establecida con la persona que infringe el maltrato suele basarse en una relación de confianza.
Ante esta situación existen algunas herramientas para poder detectarlo. Por ejemplo, el ‘Protocolo Marco’, de la Generalitat de Catalunya o la ‘Guía Local’, de la Diputació de Barcelona. En estos documentos se detallan los factores de riesgo, tanto por parte de la persona mayor como de la persona que ejerce el maltrato, y también se explica cómo realizar la prevención y la detección de estos. Por último, recogen cómo evaluarlos y los recursos existentes para combatirlos. A pesar del apoyo de estos documentos, de la denuncia de profesionales y expertos en el tema o de la divulgación a través de los medios de comunicación, algo se escapa cuando queda patente que el maltrato dirigido a las personas mayores se sigue dando y, lo que es peor, solo somos capaces de ver la punta del iceberg.
Hay una primera razón por la que esto sea así. Es difícil denunciar un maltrato infringido por una persona cercana, sobre todo, si la persona maltratada se encuentra en una situación de vulnerabilidad. Hay que recordar que las personas mayores se encuentran en esta situación. ¿Cómo se afronta un maltrato que viene de un cuidador con el que convives varias horas al día o, lo que es peor, de un familiar cercano como un hijo o hija? Los miedos y la vergüenza pasan por delante de la dignidad de la denuncia.
Tenemos una segunda razón. Muchas veces, ni víctimas ni victimarios son capaces de visibilizar el maltrato. Aquí volvemos al inicio de la reflexión. Las heridas, los insultos, los movimientos bancarios sospechosos o el abandono en instituciones son más o menos evidentes. En cambio, lo que se relaciona con la vulneración de derechos y la negligencia dificulta la evidencia. ¿Todo el mundo es consciente de sus derechos? ¿Lo son las personas mayores que han vivido épocas en que estos han sido muy mermados? ¿El cuidador es consciente de que no responder a una necesidad supone maltratar? ¿Es capaz de reflexionar sobre sus actuaciones cuando es responsable de cuidar de otra persona? Hay que tener claro que el mero hecho de ignorar la opinión de la persona atendida o de privarle de su intimidad supone un maltrato. Y, a menudo, esto no es nada fácil de reconocer.
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