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BLOG FUNDACIÓN PERE TARRÉS
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Núria Sánchez Besora
Trabajadora social. Docente de formación de atención sociosanitaria a FCiE
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29.04.20
Estos días vemos diversidad de consejos sobre la limpieza del hogar impulsados por diversas fuentes, algunas más fiables y otras impulsadas por influencers a través de las redes sociales sin demasiado criterio científico. Sin ánimo de desmerecer sus opiniones, y ahora más que nunca, debemos ser muy cuidadosos en este tema y vamos a tratar aquí aspectos clave de la higienización del domicilio siguiendo los consejos que la OMS realiza desde hace años en su página web.
Lo primero que debemos saber es que limpieza y desinfección no son sinónimos. Limpieza es la acción de retirar lo sucio, mientras que la desinfección pretende contener los microorganismos a un nivel tolerable para el humano.
¿Y por qué un nivel tolerable? - se preguntarán.
Para eso hay que definir a los microorganismos.
Los microorganismos más comunes en entorno domiciliario son de tres tipos;
Los hongos, como el moho, suelen vivir en entornos donde hay presencia de humedad; los baños y las cocinas son espacios habituales de crecimiento, siendo los primeros un hábitat más propicio, en parte debido al vapor que se adhiere a las paredes después del baño, por ejemplo.
Las bacterias necesitan de una superficie orgánica para vivir. No hace falta que sea un ser vivo; las bacterias se multiplican cómodamente en los alimentos. Escherichia coli, listeria, salmonela, entre otras, son nombres de las bacterias más conocidas.
Se clasifican en tres tipos, también. Por un lado, el grupo de las beneficiosas. Estas están en algunos productos alimenticios, como el yogurt, el pan, la cerveza, el vino, el chucrut…y, en general en todos aquellos que necesiten de fermentación. Ahora bien, el ser humano contiene hasta tres quilos de bacterias en su organismo, concretamente en su intestino delgado. Estas bacterias ayudan al procesamiento de los nutrientes… y son el principal motivo de que no se puedan eliminar todas las bacterias; de ser así, moriríamos.
Otro grupo de bacterias son las alteradoras. Estas hacen real el refrán “quien avisa no es traidor” pues, aunque son invisibles al ojo humano, lo cierto es que consiguen alterar las características organolépticas de los alimentos. Es decir, alteran los alimentos de manera que afectan a su olor, su sabor o su tacto; podemos pensar en el olor del pollo en mal estado, el sabor de la leche o el caldo agriado, o la textura del jamón dulce estropeado.
El último grupo lo componen las llamadas bacterias patógenas, que afectan a los alimentos y a la salud de los humanos propagando enfermedades, como por ejemplo la meningitis o la gonorrea. Su presencia no es detectable, pero afortunadamente en casi todos los casos pueden ser tratadas con medicación. En concreto hay que decir que las bacterias son tratadas con antibióticos.
Veamos ahora los virus; un virus es material genético envuelto en proteína- de hecho, en las imágenes de los virus siempre tienen un tipo de colmillos o espinas. Esas espinas, cuyo nombre técnico es espículas, son las proteínas y son usadas para poder penetrar en las células e infectarlas. Son mucho más pequeños que una bacteria, pero también más infecciosos.
Un virus necesita de un ser vivo para poder infectarlo, pero lo cierto es que no necesitan de uno para propagarse. Los virus pueden estar totalmente inactivos (sin moverse, sin infectar, sin alimentarse…) manteniéndose así sobre una superficie inerte; no necesitan una superficie orgánica. En ella permanecen durante mucho tiempo (dependiendo del virus, pues no todos tienen la misma resistencia).
Los virus se instalan cómodamente sobre los pomos de las puertas, los interruptores de la luz, las barandillas, los grifos, pestillos, mesas, cubiertos, vasos, etc. durante un tiempo X (repetimos, dependiendo del virus) hasta que alguien pasa la mano por esa superficie y después se toca la cara, la nariz o los ojos. Entonces es cuando el virus puede entrar en el cuerpo e infectarlo, y esa persona infectada puede contagiar a otra al tocarla, besarla, abrazarla o tocando de nuevo esas superficies llamadas de alto contacto y facilitando la propagación del virus.
Se estima que el COVID-19 tiene una vida de 2 a 3 días sobre fómites (superficies y objetos donde el virus se deposita) hechos de plástico y metal, como todos los mencionados anteriormente y de gran presencia en los hogares. Afortunadamente, el COVID-19 está envuelto por una membrana fácil de destruir y con productos de uso diario como los tensioactivos. Un tensioactivo efectivo contra cualquier virus es aquel que tiene una parte de detergente y otra de desinfectante, como por ejemplo la lejía con jabón o los limpiadores con alcohol.
Es decir que podemos seguir utilizando los productos que habitualmente usamos. Si tenemos alguna duda, lo mejor es comprobar en la etiqueta que el producto contiene tensioactivos.
La combinación de productos o el exceso de alguno NO va a ser más eficaz; utilizar mucha lejía, sin haber limpiado con jabón NO SIRVE PARA NADA. Es más, la combinación de algunos productos puede tener graves consecuencias para la salud y requerir de atención médica inmediata. Así pues, nunca hay que mezclar lejía con vinagre, ni con amoníaco ni con alcohol en gel. Estas mezclas crean un vapor invisible que quema la retina y las vías respiratorias, entre otros síntomas.
Para terminar, en nuestra limpieza diaria debemos:
- Ventilar - Limpiar con los productos habituales
Son días difíciles y la avalancha de noticias no lo pone más fácil, pero debemos tener presente que no es el primer virus del tipo coronavirus que sufrimos. Su tasa de infección es más alta de lo normal, pero su capacidad para ser eliminado también. Sigamos las pautas recomendadas por expertos y no bajar la guardia, para poder garantizar que todo irá bien.
Bibliografía: Toda la información de este artículo ha sido extraída y/o consultada en la web de la OMS (https://www.who.int/es).
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