COMPROMISO EDUCATIVO Y SOCIAL
BLOG FUNDACIÓN PERE TARRÉS
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Dra. Isabel Torras
Profesora de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés - URL
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| Ficha de experta
15.06.23
Soy profesora de los grados de Educación Social y de Trabajo Social y cada curso pregunto a mis alumnos que acaban por qué escogieron esos estudios y si la motivación inicial que tenían se ha mantenido a lo largo de los cuatro años. Podéis imaginar que las respuestas son muy variadas, pero este curso una alumna me ha dado una respuesta que me gustaría compartir con vosotros. Me ha dicho que había decidido estudiar Educación Social para influir positivamente en la vida de los demás, y ha añadido que esta motivación inicial se había mantenido durante la carrera, pero que especialmente se había afianzado en los últimos años gracias a las prácticas que había realizado en dos recursos socioeducativos. Me ha explicado que en tercero hizo prácticas en un centro donde vivían niños y niñas que no podían estar con sus familias y que en cuarto ha estado acompañando a jóvenes con problemas de salud mental en un espacio de tiempo libre. Tanto en un caso como en otro ha podido empezar a vivenciar claramente y en primera persona lo que significa acompañar a personas e influir positivamente en su recorrido vital. ¡Y le ha gustado!
Cada año, por estas fechas, muchos jóvenes que quieren estudiar en la universidad deciden en qué grado se matricularán. También es el momento en que aparecen las típicas listas sobre las carreras con mayor inserción laboral, los grados que tienen mayor demanda, los estudios que requieren una nota de corte más alta, los que están mejor valorados, los que se prevé que en un futuro tendrán más salida... ¡Cuánta información y cuánta presión a una edad en la que resulta difícil imaginar a qué querrás dedicarte cuando seas mayor! En muchos de los entornos de estos jóvenes también habrá el clásico debate de si es mejor elegir unos estudios en función de lo que te gusta o es mejor hacerlo en función de las salidas laborales. Evidentemente, es importante poderse ganar bien la vida con lo estudiado, pero en la elección de unos estudios deberían priorizarse los criterios de carácter más personal; es decir, realizar un análisis sincero de las propias fortalezas, inquietudes y motivaciones reales para poder, después, actuar en consecuencia. Escuchar a todo el mundo, dejarse asesorar e informarse tanto como sea necesario, por supuesto, pero elegir aquello para lo que uno siente que vale y que disfrutará haciendo. Ser franco con uno mismo y escoger a partir de esta parte más vocacional.
A veces, con buena voluntad y porque queremos que todo les vaya bien, padres y profesores influimos demasiado en la vida de nuestros jóvenes. Y quizás sería deseable no inmiscuirse tanto y confiar más en su criterio. Con el argumento de que poseemos una experiencia que ellos no tienen, los adultos tendemos a dirigir en exceso sus vidas hacia donde creemos que les irá mejor, y eso no siempre es acertado. Debemos tener presente que toda buena orientación laboral debe partir en primera instancia de los intereses genuinos del o de la joven. Será él o ella quien realizará esos estudios.
Existe un proverbio que dice que podemos acompañar a un caballo a beber al río, pero quien debe hacer la acción de beber y tragar el agua debe ser necesariamente el caballo. Del mismo modo, como padres o maestros podemos crear las condiciones favorables para hacer la elección de unos estudios, pero siempre teniendo presente que será el chico o la chica quien tendrá que elegir. La motivación interna para desarrollar cualquier labor se ha probado mucho más efectiva que cualquier motivación externa. Cursar unos estudios porque es lo que quieren los padres, o porque se ha aconsejado desde la escuela, sin una reflexión sincera sobre los propios anhelos, deseos y fortalezas, tiene muchos puntos para fracasar.
El psicólogo Erik Erikson, en su reconocida teoría psicosocial sobre el desarrollo humano, considera que vamos superando las diferentes etapas del ciclo vital a medida que logramos exitosamente los retos que, a cada edad, la sociedad nos propone. La adolescencia es el momento de trabajar en la propia identidad, de explorar y probar cosas nuevas para irnos conociendo y saber lo que nos gusta hacer y con quién nos gusta estar. En definitiva, para ir construyendo el tipo de persona que queremos llegar a ser. Es el momento de poner en cuestión la identidad infantil basada en lo que nuestros padres decidieron por nosotros y empezar a realizar nuestras propias elecciones. La configuración de la identidad es un camino que dura toda la vida, pero seguramente tiene uno de sus puntos más álgidos en la adolescencia. Siguiendo con Erikson, la juventud es la siguiente etapa en la que intimamos con esta identidad recién estrenada, se trata de profundizar en las decisiones que vamos tomando para, poco a poco, ir teniendo nuestro propio criterio. Ligándolo con el tema del artículo, podríamos decir que la elección de unos estudios nos ayuda a configurar nuestra identidad y que cursarlos durante cuatro años es una forma palpable y evidente de profundizar e intimar con esta identidad con el fin de ir fortaleciéndola durante la juventud. No es, por tanto, un tema menor.
Querido joven, no se me ocurre mejor consejo para decidir qué estudios cursar que decirte que te informes, que te dejes asesorar por la gente que te conoce y te aprecia, que escuches qué dicen los estudiantes y graduados de las carreras que te interesan, qué tipo de prácticas realizan y en qué ámbitos trabajan, pero sobre todo que hagas una reflexión sincera y genuina sobre tus propios intereses, capacidades e ilusiones. La motivación interna que surja de esa reflexión será el mejor recurso que tendrás para afrontar con éxito los años de formación.
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