COMPROMISO EDUCATIVO Y SOCIAL
BLOG FUNDACIÓN PERE TARRÉS
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Ana Sesé Taubmann
Responsable del área de Inserción Sociolaboral
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| Ficha de experta
15.01.18
Podríamos decir que la precariedad laboral es uno de los hijos que nos han dejado varios años de crisis económica severa y varias reformas laborales. Hasta ahora el principal problema social, vinculado al mercado laboral y la capacidad de las personas de contar con recursos suficientes para salir adelante de manera autónoma, era el paro. Ahora, el paro convive con la precariedad laboral. Quizá por primera vez en nuestra sociedad, tener trabajo no es garantía de poder mantenerse, sobre todo si hay una familia detrás.
Cuando hablamos de precariedad, nos referimos a cuestiones principales como sueldos que no permiten llegar a fin de mes, temporalidad a menudo por debajo del mes de duración y parcialidad no deseada, pero también otros como cambios de horario con poco tiempo de aviso, horas extras no pagadas, economía sumergida, etc. Es cierto que todo ello no es nuevo, pero lo que sí es nuevo es que el hecho de tener trabajo no sea garantía de poder vivir y sacar la familia adelante de manera autónoma.
Sin entrar en las causas, que nos llevarían a análisis más macros, esta reflexión se centra en los efectos que puede llegar a tener en la persona el hecho de quedar laboralmente "atrapado / a" en la precariedad.
Cuando, a pesar de tener trabajo, uno no puede cubrir las necesidades básicas propias y de la familia, cuando te obligan a cambios continuos de horarios sin posibilidad de hacer una buena conciliación personal y familiar, cuando tienes que vivir de manera continuada con la incertidumbre de cuánto durará el trabajo y cuánto tiempo tardarás en encontrar el siguiente, cuando tienes que completar las horas de trabajo parcial que tienes con otra jornada que "encaje", es inevitable que el nivel de estrés se dispare. En estas circunstancias se pone a prueba la capacidad de resistencia psicológica de la persona implicada y de su familia. Los expertos / as advierten del peligro de vivir sometido / a niveles elevados de estrés, pero, sobre todo, del peligro de que esta situación se alargue en el tiempo.
Es evidente la relación que existe entre el estrés intenso y duradero en el tiempo con problemas diversos de salud, tanto físicos como mentales, tales como dificultades para dormir, irritabilidad, depresión, dermatitis, problemas digestivos, cardíacos, etc.
Centrándonos en la reacción psicológica, ésta puede dirigirse hacia uno mismo y llevar a la depresión, baja autoestima, etc. o puede dirigirse hacia fuera y llevar a la agresividad, queja constante o rol de víctima que no puede hacer nada para revertir la situación. Los dos extremos son disfuncionales, tanto para la persona como para la sociedad.
Por otra parte, la conflictividad familiar se dispara. La convivencia en el hogar se hace difícil, con la pareja y también con los hijos/as y los padres. En este sentido, destacamos los efectos "colaterales" que la precariedad laboral llega a tener en personas mayores y menores. No porque sean más importantes que los que sufren sus familiares directamente implicados, sino porque a menudo quedan más olvidados. Algunos abuelos/as "cuidadores" de sus nietos/as se ven forzados a dar un apoyo que supera el deseado por ellos/as o el deseable para su salud. Los menores conviven con la tensión de los padres en el día a día. Un ambiente tenso durante el periodo de crecimiento, de autoafirmación, de configuración de las confianzas básicas y de autoconcepto condiciona el futuro de manera significativa. Su modelo de relaciones, de pareja o de expectativas laborales, entre otros, quedarán afectados.
Orientándose hacia lo que podemos hacer, hay que destacar la importancia de que esta nueva precariedad no se normalice en el mercado laboral y no se alargue en el tiempo. Es fundamental que las políticas se dirijan a minimizar estas situaciones para que nadie se vea atrapado. Las consecuencias sociales, sanitarias y educativas, podrían ser devastadoras.
No podemos obviar el debate ético que permanece detrás de grupos empresariales con enormes beneficios y sueldos elevadísimos entre unos pocos y condiciones laborales como las explicadas aquí para buena parte de los trabajadores/as de la plantilla.
Igualmente en relación a la redistribución de la riqueza por vía fiscal. En estas circunstancias no son aceptables las exenciones fiscales de grandes fortunas y empresas con grandes beneficios.
En el ámbito público hay que seguir buscando una mejor eficiencia y reparto de los recursos disponibles. Pensiones vitalicias, dietas sobredimensionadas y otros beneficios similares, pierden legitimidad cuando buena parte de la sociedad "gobernada" ronda el umbral de la pobreza, algunos a pesar de tener trabajo.
Por último, volvemos el foco sobre las personas afectadas. Estas y sus entornos familiares necesitarán apoyo social, médico y/o psicológico. Hay que proteger:
Que las felicitaciones por la recuperación del mercado laboral no nos adormezcan y normalicemos la precariedad. No nos podemos permitir que buena parte de la sociedad, a pesar de tener trabajo, no sea capaz de salir adelante de manera autónoma.
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