COMPROMISO EDUCATIVO Y SOCIAL
BLOG FUNDACIÓN PERE TARRÉS
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Sergio García Díaz
Psicólogo y formador de la Fundación Pere Tarrés
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13.11.17
Muerte y vida están indisociablemente unidas, como si fueran las dos caras de una misma moneda: "Muerte cierta, hora incierta" como decía San Agustín. Y ¿qué sucede cuando llega ese momento y la persona es consciente de que el momento ha llegado? Empiezan a surgir las preguntas trascendentales sobre el sentido de la vida vivida, que no es más que la expresión de la dimensión espiritual de la persona y su necesidad de trascendencia. Pero antes de llegar a este punto es posible que la persona moribunda se interpele a sí misma, a las personas que le rodean o a una fuerza superior de otro modo, son las llamadas preguntas radicales, "¿por qué a mí?", "¿qué será de mí?", "¿qué he hecho yo para merecer esto?", "¿por qué todo es tan injusto?"; y las afirmaciones sin salida, "no estoy preparado para esto", "creo que es mejor acabar ya", "tengo miedo al pensar en lo que vendrá después"...
El problema de la muerte no se puede disociar de la experiencia de vivir. La persona que está satisfecha con la vida vivida porque ha vivido suficiente tiempo y ha sido capaz de vivir entregándose a la experiencia presente, sin refugiarse sistemáticamente en el pasado ni proyectándose constantemente hacia el futuro, posiblemente podrá afrontar la propia muerte con más paz y serenidad, y eso no quiere decir que no haya nada de miedo a la incertidumbre o el sufrimiento. Seguramente afrontamos la muerte como afrontamos otras experiencias importantes en la vida.
Acompañar ante las puertas de la muerte es un proceso complejo. Cada uno vive el final del camino de una manera singular, en función de cómo ha vivido pero también de muchos otros factores (psicológicos, sociales, culturales...). El acompañamiento de la expresión de la dimensión espiritual de la muerte implica escuchar unas preguntas para las que no tenemos respuesta y ser capaces de sostenerlo; del mismo modo que tendremos que sostener un sufrimiento que nos evoca nuestra propia finitud, que nos recuerda las pérdidas que hemos vivido y que, por tanto, nos conecta con nuestro miedo y sufrimiento. El hecho de la muerte nos recuerda que estamos vivos y que tenemos una vida para vivir, así que, a veces, el miedo a la muerte en realidad esconde un miedo a vivir.
Dar sentido a la vida vivida es una manera de satisfacer esta necesidad de trascendencia que conforma nuestra dimensión espiritual, pero este proceso es muy personal. Y como podemos dar sentido a nuestra vida en este momento tan crítico? Perdonar y perdonarme, hacer las paces con la vida, cerrar asuntos pendientes, abrirme a la experiencia aunque sea dolorosa, agradecer a la vida ya las personas cercanas, vivir y expresar mis sentimientos, dejar de pelear conmigo mismo o con el mundo, cuenta de que para alguna persona, en algún momento, mi existencia ha hecho mejor su vida ... Sin duda, ayuda estar acompañado de personas que me quieren ya las que amo; personas comprensivas, sensibles, abiertas, pacientes ...
Se preguntaba Raimon Panikkar que le pasa a la gota de agua cuando cae al mar. Por supuesto, la gota de agua desaparece ... Pero, yo qué soy? Soy la gota de agua o soy el agua de la gota? El agua trasciende la gota y se hace una con el mar. Quizás, así, también nosotros.
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