COMPROMISO EDUCATIVO Y SOCIAL
BLOG FUNDACIÓN PERE TARRÉS
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Paco López
Profesor de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés-URL
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| Ficha de experto
08.06.22
Cuando os escuchan, ¿os sentís escuchados de verdad? Admiramos a las personas que se expresan bien y nos ponemos nerviosos cuando tenemos que hablar en público porque queremos hacerlo lo mejor posible. Hablar, expresarse adecuadamente con palabras y con gestos, es importante. Lo es para todos los que nos dedicamos profesionalmente a acompañar a otras personas, pero también para ser padre, madre, hijo, pareja o amigo.
Sin embargo, si yo tuviera que elegir una entre todas las habilidades relacionadas con la comunicación, elegiría, sin dudarlo, la capacidad de escuchar.
Por eso, hoy quiero repasar algunas de las cosas que he aprendido sobre lo que llamamos escuchar activamente, escuchar de manera empática o, simplemente, escuchar de verdad; porque sienta muy bien encontrar a alguien que te escucha de verdad.
Primera idea: a la escucha genuina no le va la multitarea
Hay quien dice que los seres humanos cada vez tenemos más capacidad para hacer varias cosas a la vez. Sin embargo, la investigación no avala esta afirmación, al menos si hablamos de hacer bien actividades que requieran esfuerzo mental. Escuchar es una de esas actividades.
Escuchar necesita la “disposición psicológica” que nos permita aislarnos mentalmente del resto del mundo mientras estamos escuchando a la otra persona.
Así que encendemos el foco que la ilumina, apagamos el resto de las luces (¡WhatsApp incluido!) y nos disponemos a entender lo mejor posible lo que le pasa o lo que está sintiendo.
Segunda idea: escuchamos más con los ojos que con los oídos
Cuando alguien nos cuenta lo que le pasa, podemos recoger dos tipos de informaciones. Por una parte, escuchamos el contenido verbal de lo que dice: hechos, datos o situaciones. Ciertamente, esto nos entra por los oídos.
Pero, además, esa persona nos está dando información sobre sus emociones, sobre cómo se siente, sobre cómo le afectó o le está afectando eso de lo que nos habla. Esta información es tanto o más relevante que lo que dice su boca. Incluso, puede ser contradictoria. Esta información nos la da su tono de voz, sus manos, sus gestos, su postura, por ejemplo. Para escuchar bien, además de oídos finos, hay que entrenar la mirada.
Si pregunto a alguien: ¿Qué tal estás? Y él o ella me responde: bien (con gesto abatido y cabizbajo), ¿qué me está diciendo realmente?
Tercera idea: cuando escuchamos, nuestro cuerpo nos delata
¿Alguna vez alguien se ha dormido mientras os escuchaba? Igual que la otra persona expresa sentimientos con su lenguaje no verbal, nuestro cuerpo y nuestros gestos también hablan mientras escuchamos. Cuentan, por ejemplo, si nos importa lo que nos está diciendo o no, si tenemos prisa, si estamos entendiendo cómo se siente o, simplemente, si no estamos en condiciones para escuchar de manera adecuada a la otra persona.
Por eso, para escuchar bien, conviene mantener una postura corporal activa, mirar a la cara y adoptar comportamientos no verbales similares a los de nuestro interlocutor. Se trata, en definitiva, de que nuestros gestos y nuestro cuerpo le digan: estoy aquí, te escucho y me importa lo que me estás contando.
Cuarta idea: no basta con escuchar y entender, la otra persona se tiene que sentir escuchada y entendida
También nuestras palabras pueden ayudarnos a escuchar empáticamente. Sobre todo, de dos maneras: preguntando y resumiendo lo que la persona nos comunica.
Cuando preguntamos, mostramos interés por entender lo que la persona nos está comunicando y eso la anima a seguirse explicando.
Si preguntar es todo un arte, también lo es hacer buenos resúmenes. Se trata de sintetizar, con nuestras palabras, la esencia de lo que vamos entendido, de los hechos y de los sentimientos, y dar, así, posibilidad a la otra persona, de confirmar, matizar o corregir nuestras impresiones.
Lo podemos hacer con expresiones como: “Me estás diciendo que… y te noto…” o “Corrígeme si me equivoco, lo que pasa es…”
No se trata de decir “te entiendo”, si no de demostrarlo. Para ello, no hay nada mejor que resumir bien lo que estamos entendiendo.
Quinta idea: para escuchar bien no basta con la buena voluntad
De hecho, con las mejores intenciones se hacen algunas de las cosas que, si queremos escuchar bien, conviene evitar. Elijo tres.
Hasta aquí algunas ideas sobre qué escuchar, hechos y sentimientos; y cómo hacerlo: con disposición psicológica, observando a nuestro interlocutor, manejando bien nuestros gestos, preguntando y resumiendo y evitando actuaciones que complican escuchar bien.
Ahora bien, para escuchar de verdad, necesitamos algo que va más allá de estos aspectos técnicos, algo que les da sentido y hace que no sean simples gestos robóticos aprendidos en un curso de habilidades sociales. Necesitamos razones para escuchar. El qué y el cómo no son nada sin el por qué o el para qué.
Escuchamos porque nos interesa lo que vive la otra persona. Escuchamos para ser dignos de su confianza, para ayudarle a pensar o a decidir o, incluso, porque si escuchamos de verdad, es más probable que, después, también seamos escuchados.
Decía Eduardo Galeano: “En un mundo de plástico y ruido, quiero ser de barro y de silencio”. La escucha genuina tiene mucho que ver con eso. Parar el reloj, dar espacio a la palabra y también al silencio… y dejar que la historia del otro sea, al menos durante un ratito, lo único que realmente importa.
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