EDUCACIÓN SOCIAL Y TRABAJO SOCIAL
BLOG DE LA FACULTAD PERE TARRÉS
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Pepa Horno
Profesora de la Facultad Pere Tarrés - URL
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21.04.16
La percepción social sobre la violencia contra niños, niñas y adolescentes en España en los últimos años está viviendo una transformación muy considerable. La sociedad está empezando a hablar y a concienciarse de la magnitud de la problemática de la violencia contra niños y niñas, aunque no siempre desde la perspectiva más ajustada a su realidad. Pero esto supone un gran avance, porque la sensibilización social y el cambio de actitudes hacia la violencia contra niños, niñas y adolescentes es una de las herramientas más útiles para lograr una prevención eficaz y una detección certera del mismo.
Pero este proceso es muy reciente. Hasta hace muy poco la violencia contra niños, niñas y adolescentes estaba ausente del debate público, cuando no legitimada socialmente. Esta forma de violencia, es junto con la violencia ejercida contra las personas de la tercera edad, la forma de violencia más invisible por un motivo muy simple: las víctimas no tienen capacidad de denunciar por sí mismas, organizarse, salir públicamente y constituir un lobby social. Estamos hablando de las víctimas más indefensas: las que no tienen voz.
Dar voz a las víctimas es un elemento clave en esta realidad por varios motivos. Primero, por justicia. Las víctimas demandan justicia. No sólo legal, sino comunitaria, familiar. Ser reconocidas por su entorno y legitimadas en su dolor. Las víctimas sufren a menudo ser acusadas de mentirosas, de exageradas, incluso de locos y locas. Pero sobre todo, viven demasiado a menudo el ser culpabilizados, culpables de callar, de no buscar ayuda, de no hablar a tiempo... incluso de ser partícipes o provocar lo sucedido. Las víctimas piden voz para la radicalidad de su dolor. Justicia en sus familias, sus comunidades, las instituciones, los medios de comunicación.
Segundo, por la recuperación de las víctimas. El dolor del maltrato es angustioso y desolador. Y si no se nombra, si no se expresa a través del arte, de la palabra, del gesto…como cada persona quiera o necesite, ese dolor no se estructura, no se elabora y no se integra. Y se queda anclado dentro del cuerpo y el alma de las personas como una especie de mancha que tiñe todo lo que van viviendo. El silencio es una doble condena para las víctimas, porque agrava el daño del maltrato con el de la culpa, la vergüenza, la parálisis y el aislamiento.
Y por último, dar voz a las víctimas para que puedan defender sus derechos, dar a conocer a la sociedad lo que han vivido, buscar ayuda y ayudar a otros niños, niñas, adolescentes y adultos que están pasando por situaciones parecidas. Porque un dolor así sólo lo pueden explicar quienes lo vivieron. Y pueden y deben constituir un lobby de influencia política que exija unas medidas de prevención eficaces, unos programas de tratamiento de calidad y un sistema judicial que atienda su dolor de forma prioritaria.
El lobby de los adultos que fueron víctimas en su infancia puede cambiar las cosas en el tema de maltrato infantil. Porque ya pueden hablar, y porque se darán cuenta de que no están solos y no tienen por qué volver a estarlo. Darles voz. Y escuchar lo que tienen que decirnos. Aunque duela, o hiera o de pavor.
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