EDUCACIÓN SOCIAL Y TRABAJO SOCIAL
BLOG DE LA FACULTAD PERE TARRÉS
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Paco López
Profesor de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés-URL
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| Ficha de experto
05.04.16
Empecemos asomándonos a un escenario real: Un amigo cercano, intensamente comprometido con su tarea social, me relataba un día que estaba cansado y estresado a causa de su trabajo. ¿Y qué estás haciendo para resolverlo? – le pregunté. De entrada, la pregunta le incomodó, porque él no necesitaba mi asesoramiento, sino mi comprensión. Sin embargo, me respondió. Básicamente hacía dos cosas. Por una parte, solía hablar en espacios informales, quejándose de su nivel de tensión y de la impotencia que le generaban algunas situaciones profesionales. Por otra, evitaba hacer propuestas concretas a los responsables de la organización del trabajo, porque estaba convencido de que no las aceptarían, de que eran incapaces de aplicarlas o de que algunas de las situaciones estresantes no tenían remedio. La conversación continuó y, en su relato, llegaba a la conclusión de que lo que hacía no le ayudaba a estar menos estresado, pero sentía que le desahogaba hablarlo con personas de confianza y le tranquilizaba evitar posibles conversaciones incómodas con directivos.
Después de unas cuantas charlas y algunas tentativas para probar maneras de diferentes de actuar ante su estrés, llegó a la conclusión de que hablar constantemente de lo estresado que estaba y evitar hacer propuestas para mejorar la organización eran las dos cosas que habían complicado y mantenido su nivel de estrés. Dicho de otra manera, sus dos “presuntas soluciones” eran el alimento del problema. Lo que parecía desahogarle puntualmente, a largo plazo le hacía estar más ahogado. Lo que le tranquilizaba en algunos momentos, estaba siendo fuente de ansiedad continuada. Era como apagar el fuego con gasolina.
Lo anterior es un ejemplo de lo que llamamos soluciones intentadas. Ante una dificultad ordinaria de la vida (en este caso, las complicaciones de un trabajo social exigente), podemos hacer algo que resuelva esa dificultad o, al menos, que nos permita convivir aceptablemente con ella. También podemos, como en este caso, hacer algo que convierta esa dificultad en un problema. Lo primero serían soluciones reales. A lo segundo le llamamos soluciones intentadas porque se quedan en el intento y no llegan a solucionar nada. Al contrario: son maneras inadecuadas de afrontar las dificultades en las que, además, solemos insistir a pesar de tener evidencias de que no funcionan.
Siguiendo con el ejemplo, expresar nuestro malestar puede ser útil y necesario en muchas ocasiones. Habitualmente, nos ayuda a manejar las emociones negativas y a actuar para gestionar las fuentes de ese malestar. En este caso, sin embargo, hablar donde no tocaba acababa evitando actuar donde sí tocaba, lo cual mantenía el problema, cosa que mi amigo comprobó cuando interrumpió sus soluciones intentadas y actuó de manera diferente.
Esas soluciones intentadas le situaban como víctima y le excusaban de no hacer nada ante su problema (porque, desde su rol de víctima, se convencía de que los únicos responsables eran los otros y de que nada estaba en sus manos). Hablar le desahogaba y le daba la sensación de haber actuado o decidido, cuando en realidad no estaba haciendo nada ni tomando decisiones para resolver de verdad su situación.
Comprender la lógica de las soluciones intentadas nos da pistas útiles en la intervención socioeducativa y genera un tipo de acompañamiento estratégico, porque nos ayuda a entender que no basta con las buenas intenciones a la hora de acompañar a alguien en procesos de cambio o dificultad. Frente a enfoques centrados en el análisis histórico de las causas de los problemas, la lógica estratégica explora los mecanismos que mantienen en la actualidad el problema y utiliza las soluciones reales como mejor guía para la comprensión del mismo. Al final, el mecánico que mejor explica la avería del coche es el que lo ha arreglado.
Esta convicción precisa de un ejercicio autocrítico y honesto del propio profesional, que asienta su intervención en un compromiso de partida: el de, al menos, no ser cómplice en la creación o mantenimiento de los problemas. Porque las soluciones intentadas también pueden construirse con actuaciones profesionales.
La lógica estratégica, nacida en contextos psicoterapéuticos (probablemente, en nuestro país, los autores más conocidos son Giorgio Nardone o Andrea Fiorenza, director, este último, del postgrado en Acompañamiento sistémico y estratégico en contextos sociales y educativos), tiene un enorme recorrido aún en los contextos socioeducativos. Uno de los retos que tenemos por delante es identificar las soluciones intentadas más habituales, lo cual comportará, también, consolidar propuestas de intervención más eficaces. Decía Tolstoi, en el inicio de Anna Karenina, que todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera. Sin embargo, a pesar de que las problemáticas humanas son tantas como personas, familias o contextos, las soluciones intentadas son finitas, lo mismo que las lógicas que las sustentan.
La experiencia de incorporar, en el análisis de las prácticas profesionales con los estudiantes de Educación social y Trabajo social, el rastreo de soluciones intentadas, está dando resultados esperanzadores. El más importante de todos ellos es la superación de ciertos discursos que tradicionalmente sitúan los procesos de intervención social en el plano de la bondad asistencial, prescindiendo del rigor necesario y de la evaluación del impacto real en la vida de las personas. Desde esa óptica, todo el mundo pudiera ser idóneo para educar o para actuar en contextos sociales, siempre que tenga vocación, que le importen los demás y que lo afronte con una actitud adecuada.
Sin embargo, como decía Óscar Wilde, también las peores obras se suelen hacer con las mejores intenciones. Las personas que nos dedicamos a la acción social pisamos, usando la expresión de nuestro amigo Eduard Sala, territorio sagrado, porque nuestras acciones y omisiones, nuestras palabras y silencios, nuestros pensamientos... inciden en la vida de personas, que muchas veces están, además, en situación de especial fragilidad. La vocación de ayuda, el compromiso ético y la actitud proactiva son imprescindibles. Pero esas tres cosas pueden no servir de nada si no están al servicio de la mejora efectiva de la vida de las personas y del cambio de las lógicas que generan malestar y sufrimiento. Y eso necesita, además, otros ingredientes que nos ayuden a actuar como profesionales sensatos, formados y rigurosos, que trabajen orientados hacia las soluciones… ¡las de verdad!.
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