EDUCACIÓN SOCIAL Y TRABAJO SOCIAL
BLOG DE LA FACULTAD PERE TARRÉS
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Jesús Vilar Martín
Director Académico de Grado y profesor de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés-URL
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| Ficha de experto
18.03.18
Por qué el código deontológico es insuficiente para asegurar que la ética esté presente en el día a día de la Educación Social.
La Educación Social es una profesión de marcado carácter político que se inspira en la promoción de los Derechos Humanos, por lo que siempre ha tenido consciencia de que era imprescindible definir la posición ética y valorativa desde la que orientar el día a día de su actividad. El Código Deontológico de la Educación Social es el documento que concreta y define esta posición moral compartida. Esto lo convierte, junto a la Definición de Educación Social y del Catálogo de Funciones y Competencia (ver los “Documentos Profesionalizadores”), en un documento fundamental en la construcción de la identidad profesional de los educadores/as sociales.
Es indiscutible del Código Deontológico (a partir de ahora CD), pero conviene conocer sus limitaciones y tener claro qué no puede esperarse de él. Como texto declarativo de ideales morales, orienta a los profesionales sobre las formas más adecuadas de actuación en la medida que delimita los márgenes por los que ha de transcurrir una práctica profesional éticamente aceptable. En este sentido, establece criterios de autoregulación para proteger las personas atendidas de un potencial abuso de poder. Ahora bien, cuando se pretende superar una perspectiva declarativa de ideales, de manera que la ética sea un eje transversal y significativo que esté presente en todos los momentos de la práctica profesional, el código deontológico se revela insuficiente. A continuación se enumeran algunas de las razones principales de esta afirmación.
Aunque los principios, las normas y los valores estén perfectamente definidos en los CD, a menudo el conflicto se da cuando entran en contradicción dos elementos declarativos del código que, por separado, son valiosos en sí mismos. Por ejemplo, en un escenario concreto, el respeto la opinión de las personas atendidas y el principio de intervención mínima pueden entrar en contradicción con el respeto a las decisiones del equipo, criterio que también se recoge en el CD. En estos casos, el código no ofrece soluciones ni respuestas claras.
Los conflictos de valor se dan en situaciones concretas, únicas e irrepetibles para las que no existen respuestas preestablecidas. Centrar la atención en el CD comporta el riesgo de devaluar la dimensión ética al convertirlo en normas concretas de obligado cumplimiento. Lo que consigue esta alternativa es dejar atrás la ética (espacio reflexivo y deliberativo en el que se utilizan criterios orientativos para la toma de decisiones desde el uso responsable de la libertad) para caer en el terreno de lo legal o parajurídico (aquello que es obligatorio y que no se puede discutir). Por otra parte, no deja de ser presuntuoso pensar que se pueden establecer criterios cerrados para todas las situaciones de conflicto que potencialmente puedan llegar a producirse.
Los principios que orientan la profesión pueden considerarse desde perspectivas teóricas diversas. La mirada principialista del CD presupone que existen principios universales aplicables a todos los escenarios y que el deber moral del profesional es cumplirlos. Ahora bien, una perspectiva ética centrada en el cuidado de la persona atendida puede poner en crisis la bondad del principio. Si lo que cuenta es que esta persona se sienta cuidada, podemos concluir que los principios de CD no son “buenos” por si mismos, sino por los efectos que su aplicación pueda producir.
Es evidente que actualmente se trabaja cada vez más de forma interprofesional y en red. Ante un conflicto de valor, ¿cada profesional de los que intervienen ha de seguir el CD específico de su profesión? Es evidente que frente a problemas nuevos para los que no hay respuestas (obvio, porque no puede preverse todo) la solución pasa por la construcción conjunta, el diálogo, la deliberación y la voluntad de conocer al interlocutor. El trabajo colaborativo exige descentrarse, comprender y valorar otros puntos de vista diferentes al propio, por lo que el CD se muestra insuficiente como criterio de referencia único.
Una buena práctica profesional no puede descansar únicamente en las intenciones, sino que ha de poder dar respuesta de sus resultados. En este sentido, el CD no es suficiente para responder a la pregunta “cómo interpretar una buena práctica”. Esta mirada de carácter axiológico que insiste en la definición en términos morales de intenciones, principios y valores, ha de combinarse con una perspectiva teleológica que pone el énfasis en la finalidad y los resultados obtenidos. Desde este planteamiento, es imprescindible incorporar elementos de carácter científico y técnico que aporten criterios para resituar los elementos valorativos que, por ellos mismos, son insuficientes porque, como decíamos, no se evalúan las intenciones, sino los resultados. Esto es especialmente importante cuando intentamos identificar qué es una buena práctica en los diferentes ámbitos de trabajo, donde cada problemática requiere un análisis desde el conocimiento científico y técnico que matiza y resitúa la intencionalidad del profesional (por ejemplo, no se concreta de la misma forma la idea de respeto a la persona atendida si trabajamos con personas de 3 años, una persona dependiente o una persona con plena autonomía).
Más allá de las profesiones y del conocimiento experto que aporta la ciencia en cada ámbito, la gestión de los casos se da en organizaciones e instituciones concretas que se ubican en un territorio específico. Las organizaciones también tienen una importante responsabilidad para crear las condiciones que posibiliten una mirada ética a las actuaciones profesionales y una adecuada gestión de los conflictos de valor. Se trata de construir referentes específicos de carácter institucional que superan ampliamente aquello que puede aportar el CD específico de cada una de las profesiones que se ponen en contacto en un escenario concreto.
La presencia de la ética de forma efectiva y transversal en todos los momentos de la acción socioeducativa necesita de estructuras que van más allá de la definición de los ideales que se presentan en un código deontológico. Éste ocupa un lugar significativo en un primer nivel identitario pero no es suficiente por si solo para aportar criterios éticos efectivos en el día a día de la práctica profesional. Una ética centrada en la atención a la persona requiere la capacidad de construir respuestas a medida que van más allá de lo declarativo.
Vincular adecuadamente esta dimensión declarativa con la realidad concreta en la que se produzca una acción profesional éticamente significativa, necesita disponer en segundo lugar de una adecuada articulación entre ética y técnica (segundo nivel de análisis). Este nivel permite una correcta contextualización de los grandes principios de la profesión a las particularidades técnicas y científicas de las problemáticas que se abordan en los distintos ámbitos profesionales. Además, como puede verse, si aceptamos que estamos en escenarios de complejidad, este segundo nivel es el de la interprofesionalidad, una forma de trabajo que supera ampliamente aquello que puede aportar cada CD particular de las diferentes profesiones que interactúan entre ellas.
En tercer lugar, es fundamental una contextualización sólida y explícita en cada institución de trabajo ubicada en los diferentes territorios (tercer nivel de análisis) porque es aquí donde se desarrolla la acción profesional, aparecen los conflictos y se gestionan. Cada institución y cada equipo es un mundo que ha de hacer el esfuerzo de construir criterios contextualizados en aquel territorio específico.
Y en último lugar (cuarto nivel de análisis), aunque siempre hemos indicado que la gestión de los conflictos de valor no puede hacerse únicamente desde el sentido moral individual, es fundamental contar con el profesional, su sentido moral y su sensibilidad en el momento del encuentro único e irrepetible con la persona atendida, su sensibilidad y su vivencia.
Todos estos argumentos nos permiten afirmar que los códigos deontológicos son muy importantes en la construcción de la identidad de los profesionales pero claramente insuficientes a la hora de trasladar la ética al día a día de las profesiones. Son necesarias unas infraestructuras éticas que posibiliten la conexión entre lo declarativo y la respuesta efectiva ante una situación concreta, en un viaje dinámico de ida y vuelta dentro de un escenario de complejidad, centrado en la singularidad de cada persona. Esto implica interprofesionalidad, mediación entre ética y técnica, construcción conjunta, contextualización territorial y creación de respuestas específicas para cada situación.
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