EDUCACIÓN SOCIAL Y TRABAJO SOCIAL
BLOG DE LA FACULTAD PERE TARRÉS
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Aida C. Rodríguez
Responsable de proyectos de la Cátedra de Justicia Social y Restaurativa
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| Ficha de experta
19.01.17
La semana pasada pudimos leer en la prensa que la Fiscalía ha pedido la protección de doce menores en Cataluña, tres de ellos todavía alumnos de primaria, para tratar de detener el acoso escolar que reciben por parte de sus compañeros. Ésta, por desgracia, no fue la única noticia que nos alertaba de la violencia en la escuela y de las consecuencias en los niños que sufren el bullying i/o el ciberbullying. Depresiones, trastornos e intentos de suicidio, algunos consumados, aparecen periódicamente en los diarios acompañados de una batería de expertos que se esfuerzan para ayudarnos a entender lo que ya muchos consideran un fenómeno social creciente. Es cierto que nos alarman estos casos y es lógico que nos preguntamos qué pasa dentro de la escuela, dado que parece haberse convertido en un espacio potencialmente inseguro para los niños.
Sin embargo debemos recordar que la escuela es un lugar de convivencia, como lo son el domicilio familiar o el trabajo, y que en cierto modo las relaciones humanas no son inmunes al conflicto, al contrario. Entre niños hay conflictos en la escuela, como también los hay entre niños y maestros, pero también entre maestros, entre docentes y equipo directivo y, incluso, entre familias y maestros. Las combinaciones son diversas y la experiencia nos dice que el conflicto entre personas que conviven siempre puede surgir. En el caso de los conflictos entre niños en la escuela a menudo parece que la respuesta por parte de la sociedad sólo puede pasar o bien por el extremo de la dureza o bien por el de la permisividad, dificultando esta dicotomía que se llegue a la raíz del problema. El hecho es que habitualmente la balanza se inclina hacia un modelo todavía muy dependiente del castigo en nuestro sistema educativo. Existen varios tipos de sanciones según la gravedad, aunque este tipo de medidas que pretenden regular la convivencia de los centros suelen llegan tarde, es decir, cuando el hecho ya ha pasado y alguien ha recibido las consecuencias.
Que la educación debía tomarse muy en serio su tarea humanizando ya nos lo advertía el filósofo Theodor Adorno cuando subrayaba el peso capital que debe tener para prevenirnos de volver a caer en la barbarie. No hay que confundirnos, que el conflicto sea natural la convivencia no significa que la reacción al conflicto sea la aceptación de las pequeñas violencias cotidianas. Este tipo de violencias pasan a menudo desapercibidas en contextos donde no se trabaja de manera integral la cuestión del conflicto. Su capacidad lesiva es alta, a pesar de parecer poco importantes, y producen profundas erosiones en las relaciones de grupo, impidiendo los vínculos de apoyo y generando climas de tolerancia hacia fenómenos más complejos como el bullying. Son estos los casos en los que nadie ha sabido ver la gravedad de lo que estaba sucediendo o nadie lo ha valorado en su justa medida.
Es decir, corremos el riesgo de ser demasiado permisivos mientras el mal se podía haber evitado y eso nos puede empujar a ser demasiado duros cuando el daño ya se ha hecho. Por un lado, quien sufre el acoso a menudo es doblemente víctima, primero de la violencia de sus compañeros, segundo de un sistema que no sólo ha permitido este agravio, sino que además lo hace más vulnerable respondiendo con medidas como el cambio de centro. Por otro, quien acosa y promueve el acoso de un compañero ha llegado más lejos de lo que en cualquier contexto de respeto debería admitirse. Y cuando llega el momento de encarar las consecuencias es tratado como un agresor que debe ser castigado. Por último, el resto de la escuela, entendida como comunidad, qué idea de justicia recibe y cuál ha sido su implicación en este proceso? Muy posiblemente la existencia de talleres esporádicos, dinámicas de tutoría, charlas sobre la violencia y el bullying a la escuela o incluso los tan apelados protocolos no son herramientas suficientes para construir una verdadera cultura de paz.
La familia y la escuela son los primeros espacios desde donde construimos la idea del mundo como lugar de relación. A partir de estos, los niños aprenden y desarrollan actitudes hacia los hechos, las personas y las situaciones que los rodean. Durante los pasados años 90 se empezaron a desarrollar prácticas restaurativas, sobre todo la mediación, en las escuelas catalanas, pero también en Madrid, el País Vasco y Andalucía. Desde entonces la mediación ha ido ganando terreno y solidez, especialmente como herramienta para la gestión alternativa de los conflictos, ya sea entre iguales, o bien con una persona adulta haciendo de mediadora.
El origen de las prácticas restaurativas
Howard Zehr fue el primero en decir que la justicia entiende el delito como la rotura de la norma jurídica y que la justicia restaurativa, en cambio, pone el foco en cómo el delito ha dañado una serie de relaciones entre las personas. Este cambio, primero en la comprensión del delito, pero después de cualquier otra forma de conflicto donde podamos identificar víctima, ofensor y comunidad, ha sido extrapolado más allá del derecho y aplicado a otros ámbitos. Así, en la mirada restaurativa, ante el conflicto no se busca determinar quién es el culpable para aplicarle un castigo, sino que se quiere implicar a los responsables, los afectados y el resto de la comunidad en la búsqueda de una respuesta capaz de reparar lo dañado.
El movimiento restaurativo tiene, pues, una importancia enorme si se traslada a la escuela, ya que implica la posibilidad de que los niños crezcan habiendo interiorizado de manera natural sus principios y normalizando estas metodologías vez de enfrentar los conflictos, verdadera prevención de las violencias y su cronificación. La hipótesis de fondo de las prácticas restaurativas en la escuela en términos de disciplina social es que los seres humanos son más felices, cooperativos y productivos, además de tener más posibilidades de hacer cambios positivos en su conducta, cuando los que están en una situación de autoridad hacen las cosesambells, en lugar de hacerlo lescontraells operaells. Las personas somos los seres sociales que Aristóteles anunciaba y esta naturaleza relacional es clave en la consecución de la justicia y la felicidad. Habrá que tener cuidado de los vínculos que la convivencia genera y, al mismo tiempo, ser capaces de sacar provecho de la experiencia conflictiva para conseguir una mejora de las relaciones. El paradigma inclusivo del enfoque restaurativo ha sido puesto en práctica de manera integral, por ejemplo, en el barrio de Son Gotleu, en Palma de Mallorca, donde se ha involucrado profesorado, familias, personal de administración y dirección de centro con las sus prácticas, pero también se han abierto las puertas a la comunidad con el fin de fortalecer a través de la colaboración con la policía local entre otros.
Ante esta perspectiva casi esperanzada, ya que al menos somos capaces de identificar un camino y decidir que queremos avanzar, nos debe sorprender que no exista en la preparación del profesorado de secundaria de nuestras universidades no sólo ningún enfoque restaurativo, sino ninguna formación específica que ayude a los futuros profesores de ESO a gestionar los conflictos o a trabajar para prevenir la aparición de procesos como el bullying o el cyberbullying. Que la violencia en la escuela es un reflejo de la violencia de nuestra sociedad es un hecho con el que tenemos que convivir. Sin embargo, y aún aceptando que la violencia no se puede eliminar del todo, sí es posible reducirla y rebajar su impacto. Es desde la escuela que podemos creer en cambios verdaderos que reviertan en la sociedad.
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