06.09.23
Mahmuda Mohamed se graduó el pasado mes de junio en Trabajo Social en la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés de la Universidad Ramon Llull. Nació en el desierto del Sáhara, tierra, la suya, que todavía tiene muy presente, tal como demostró durante el acto de graduación cumpliendo una promesa con ella misma y trasladando a todos los asistentes unas palabras en hassania, su lengua materna. Hemos hablado con Mahmuda sobre su historia, su vida, su proceso de adaptación en Cataluña y su vocación por el mundo social.
Cuando explicas tu vida, ¿por dónde empiezas?
Empiezo explicando que nací en el desierto del Sáhara, en la zona de los ‘Territorios Liberados’. Cuando cumplo los seis años, mis padres deciden que nos trasladamos al campo de refugiados saharauis con la idea que yo allí pudiera estudiar.
¿Cómo es la infancia en un campo de refugiados?
Muy feliz. Cuando vivía en el desierto vivía en un conjunto de jaimas solo con mis padres, teníamos vecinos relativamente cerca, pero principalmente vivía solo con mis padres. En el campo de refugiados me pasaba todo el día jugando con otros niños y niñas que vivían allí, me sentía muy libre y muy segura. Salía de casa de día y no volvía hasta que se hacía de noche, siempre íbamos de una casa a otra... Tengo recuerdos muy bonitos.
Y ¿cómo es estudiar en un campo de refugiados?
Yo empecé los estudios allá dónde, por edad, me tocaba, lo que aquí sería primero de primaria. En un campo de refugiados estudiar no es tan diferente: hay una escuela, hay un conjunto de profesores, buenos profesores, hay libros... También hay profesores de castellano, puesto que el Sáhara tiene un tipo de convenio con Cuba y muchos jóvenes viajan, y una vez se han estado un tiempo y han aprendido la lengua, vuelven para ser profesores. Esto también es por un tema político e histórico: todos los países africanos han aprendido como segunda lengua la lengua del país del cual fueron colonia, y en el caso del Sáhara, la ‘segunda lengua’ es el castellano.
Has hablado de política e historia. Tú siempre has tenido clara tu postura sobre la situación del Sáhara.
Yo quiero que el Sáhara sea libre. Me sabe muy mal como se ha reconocido (o como no se ha reconocido) el pueblo saharaui por parte de algunos países europeos e instituciones europeas, creo que responde a intereses actuales y que han olvidado la historia de los últimos 140 años y los derechos de miles de personas.
¿Cuándo viajaste a Europa por primera vez?
Con ocho años viajé por primera vez a Barcelona a través de un proyecto que se llama ‘Vacaciones en paz’, el cual tiene como objetivo abrir las puertas de los campos de refugiados saharauis a decenas de niños y niñas durante los meses de verano, los más calurosos y en los cuales podíamos llegar a los 50 grados, y acogerlos en diferentes lugares de España, Francia, Italia y Suiza durante dos meses.
En esta primera ocasión me acogió una familia con la cual hoy en día no tengo contacto, y el verano siguiente, con nueve años, me acogió por primera vez la que actualmente es mi familia de acogida aquí en Barcelona. Participé en el programa hasta los doce años.
Y ¿cómo son estos cuatro veranos que pasas en Cataluña?
Muy divertidos. Recuerdo mucho bañarme a la piscina, comer mucho, ir de compras... En mi segundo año aquí, también me apuntaron por primera vez a un casal y aquel fue mi primer contacto con el tiempo libre educativo.
Más tarde, incluso, quisiste formarte como monitora, ¿verdad?
Sí, a los quince años entro dentro de otro programa que me permitía hacer un poco la operación inversa: vivía todo el año en Barcelona para estudiar y en los veranos volvía al Sáhara con mis padres. Fue en aquellos años cuando empecé a formar parte del mundo del tiempo libre hasta formarme como monitora.
¿Qué importancia le das a estos primeros años dentro del mundo del tiempo libre educativo?
Para mí fue un elemento de integración muy importante. Es donde aprendí catalán, donde establecí las primeras relaciones personales, las primeras amistades y personas muy bonitas. También conocí la montaña, conecté mucho con la naturaleza y, en general, me sirvió para aprender muchas cosas.
Monitora, auxiliar de enfermería durante unos años, integradora social, y ahora trabajadora social gracias a los estudios cursados en la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés de la Universidad Ramon Llull... ¿Siempre has tenido cierto interés por la cura y el acompañamiento a las personas, parece?
Sí, siempre. De hecho, creo que me ha costado encontrar exactamente mi lugar dentro de todo el abanico de posibilidades que implica la cura y el acompañamiento de la persona. Como auxiliar de enfermería, por ejemplo, vi y viví cosas que no me gustaría volver a vivir nunca más. Creo que en el trabajo social he encontrado mi lugar y mi vocación. Me gusta acompañar las personas en riesgo de exclusión, acercarlas a los diferentes recursos que tienen a su alcance o informarlas sobre sus derechos.
¿Las vivencias personales, en este caso, también han estado formativas?
En lo que hago creo que siempre hay un componente de lucha personal, en este caso, para conseguir reducir las desigualdades, y un componente vinculado a todo lo que he vivido. Al fin y al cabo, creo que todos los que nos dedicamos al mundo social, de alguna manera, buscamos salvar una parte de nosotros, a pesar de que no siempre seamos conscientes. Para mí, estudiar trabajo social ha sido salvarme, y este hecho hace también que tenga el empujón para acompañar alguien que, quizás, ha podido tener una historia similar a la mía o sentir cosas que yo he podido sentir.
Actualmente, trabajas como trabajadora social, ¿verdad?
Sí, soy trabajadora social en el Hospital San Juan de Dios. De hecho, el mismo día que me gradué en la Facultad Pere Tarrés fue el día que firmé mi contrato laboral. Ahora quiero seguir aprendiendo a través del trabajo, quizás cursar un máster de especialización, no lo sé. Estoy deseando ver qué me ofrece el futuro a partir de ahora.