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"No hay una lucha de hombres contra mujeres sino una lucha de hombres y mujeres por transformar la sociedad a un modelo más equitativo"

"No hay una lucha de hombres contra mujeres sino una lucha de hombres y mujeres por transformar la sociedad a un modelo más equitativo"

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13.10.22

A pesar del largo camino que queda aún por recorrer para alcanzar la plena igualdad entre hombres y mujeres en todos los campos de la sociedad, el debate sobre los roles que hoy en día deben tener hombres y mujeres en la esfera pública y privada está de plena actualidad. Hay más conciencia que nunca, pero al mismo tiempo las agresiones sexistas no se detienen, y a menudo son jóvenes quienes las protagonizan. En este contexto, las instituciones ponen en práctica campañas de conscienciación y talleres de sensibilización para autoanalizar nuestras propias actitudes. Reflexionamos sobre este nuevo paradigma con Marta Ausona Bieto, profesora de la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés-URL y experta en feminismos.

El Ayuntamiento de Barcelona ha puesto en marcha un Centro de Masculinidades que programa talleres y actividades para explorar "otras formas de ser hombre y avanzar hacia modelos relacionales más abiertos, respetuosos y saludables". ¿Son útiles estas iniciativas?

Desde la antropología se ha evidenciado que histórica y culturalmente ha habido diferentes maneras de entender los comportamientos, roles y actitudes de lo que se considera "ser hombre" o "ser mujer" en diferentes períodos históricos, en diferentes sociedades y culturas o en diferentes clases sociales. Teniendo en cuenta que la masculinidad hegemónica en Occidente ha estado tradicionalmente vinculada a apartar a los hombres del cuidado de las personas, de las tareas domésticas y de la emocionalidad (los hombres son los que traen el pan y "los hombres no lloran") y a potenciar su agresividad y su sentido de posesión sobre las mujeres (cosa que no quiere decir que todos los hombres lo hayan asumido de igual manera, ya que siempre ha habido hombres que han rechazado ese modelo), los talleres del Ayuntamiento de Barcelona me parecen interesantes, ya que permiten a los hombres repensar sus roles y su manera de estar y ser en el mundo. Hemos de recordar que el machismo también limita y constriñe a los hombres con ciertos estereotipos.

En varios espacios se ha empezado a utilizar el término "nuevas masculinidades". ¿Cuáles son estas “nuevas masculinidades”? ¿El concepto de lo que significa ser “masculino” ha ido evolucionando con los años?

Ciertamente, siempre ha habido hombres que han cuestionado los roles que les han sido social y culturalmente asignados y que han apoyado la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. También es cierto que no han sido la mayoría. Yo prefiero otros términos, como “masculinidades contrahegemónicas” (ya que siempre ha habido diferentes conceptos de masculinidad). No obstante, más que buscar el término más apropiado, pienso en la importancia del contenido. Lo llamemos como lo llamemos, estas masculinidades "nuevas" o "contrahegemónicas" serían las de unos hombres que se replantean su papel en el mundo como parejas, como padres, como personas que quieren recobrar y explorar aquello que el machismo ha querido castrarles: la emocionalidad, la sensibilidad, la ternura, el saber cuidar y saber cuidarse, el saber situarse en la horizontalidad en las relaciones sin imponerse con la violencia ni con el abuso de poder. Y eso no quiere decir que las mujeres hayan de estar por encima de ellos. Como ya decía Mary Wollstonecraft a finales del siglo XVIII: "No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres sino sobre ellas mismas."

Entonces, ¿es necesario promover activamente que el hombre tome conciencia de que hay necesidades nuevas en el ámbito de la familia y de la sociedad en pleno siglo XXI?

Aunque parezca mentira, en pleno siglo XXI las mujeres aún dedican más tiempo que los hombres al trabajo del cuidado y mantenimiento de la vida. Muchas de ellas trabajan fuera de casa y asumen de manera desproporcionada el trabajo del cuidado de la familia y el trabajo doméstico, o lo derivan a otras mujeres que acaban trabajando, generalmente, de manera muy precaria. Eso repercute en dobles o terceras jornadas y en un desequilibrio en el tiempo libre o en el tiempo para una misma. Estudios sociológicos hablan del mantenimiento de estas desigualdades estructurales, que se crean especialmente en las parejas heterosexuales en el momento en que llegan los y las hijas. Arlie Russell Hochschild y Anne Machung ya hablaban en los años 80 de esta segunda jornada y de la revolución inconclusa, que tenía que ver con que mientras las mujeres habían entrado con fuerza dentro del mercado laboral, los hombres no habían asumido al 50% las tareas domésticas y de cuidado. Por desgracia, si analizamos las estadísticas, su libro -fruto de una investigación sociológica en EEUU- sigue vigente en pleno siglo XXI. Por otra parte, cada vez hay más hombres que quieren asumir las tareas de crianza de los hijos. En ese sentido, cualquier iniciativa que permita reestablecer roles estructuralmente más igualitarios me parece una buena idea, venga de donde venga esa iniciativa.

¿Y por qué motivo se mantiene esta desigualdad? ¿Qué razón hay para que muchos hombres continúen sin dedicar suficiente tiempo a las tareas domésticas o familiares y muchas mujeres sigan asumiendo esta carga?

Por supuesto, no hay ninguna razón antropológica que impida a los hombres asumir más peso en el cuidado y en las tareas domésticas. Las razones de la desigualdad son históricas, sociales, económicas y culturales. Es decir, estructurales. Los hombres Aka (pueblo establecido entre el Congo Brazzaville y la República Centroafricana) han sido considerados por el centro británico Father’s Direct como los mejores padres del mundo, ya que pasan gran parte de su tiempo con los hijos. Ostentan el récord mundial de sostener el 47% del tiempo a sus bebés en brazos. A este "récord" sólo se acercan los padres del norte europeo, como por ejemplo los suecos, que los sostienen en brazos el 45% de su tiempo. Estos son sólo dos ejemplos de la gran diversidad que recoge la antropología y que remite a lo que decía al principio, los roles de género no son biológicos y por tanto cambian y se transforman. El camino es que esa transformación tenga que ver con crear un mundo más igualitario, justo y no violento que respete los derechos humanos de todas las personas.

Nuevas masculinidades, masculinidades tóxicas, hegemónicas, contrahegemónicas… ¿El debate terminológico puede enmascarar el verdadero fondo de la cuestión?

Los debates sobre la terminología son interesantes porque nos permiten pensar en cómo nos construimos como sociedad en relación con las demás personas. Yo no buscaría nombres con carga negativa como "masculinidades tóxicas" sino nombres que nos permitieran repensar en positivo la creación de identidades sociales menos limitantes dentro de un marco de respeto a los derechos humanos. Teniendo muy claro que no es una lucha de poder de hombres contra mujeres sino una lucha de hombres y mujeres para transformar la sociedad a un modelo más equitativo y solidario, más horizontal y menos violento, donde los mandatos de género no constriñan ni limiten las vidas de las personas.

Entonces, ¿cómo podríamos definir este nuevo modelo?

No creo que la idea sea implantar un nuevo modelo o ideal, que siempre resultan inasumibles. Creo que la idea tiene que ser poder repensarse, poder abandonar dinámicas estructurales muy instauradas socialmente que atentan contra la libertad y la integridad física de una parte de la población. Dejar atrás ideas aún vigentes de superioridad y de posesión que se hallan en la base de muchas violencias psicológicas, físicas y sexuales contra las mujeres o contra hombres que no cumplen el estereotipo hegemónico de masculinidad, así como en la base de muchos micromachismos. Es decir, repensar qué lugar ocupo en el mundo y cómo puedo relacionarme de manera más horizontal y equitativa con el resto de las personas que lo habitan. Repensar los privilegios que, aunque no los hayamos pedido, nos vienen adjudicados socialmente y repensar los mandatos y roles que castran la expresión completa del ser, siempre dentro del marco de respeto de los derechos humanos. Teniendo en cuenta que muchas mujeres también tenemos privilegios de clase o de color de piel y que, en otros ámbitos, también nos toca esa tarea de repensarnos porque no estamos exentas de poder ejercer opresión en otros ámbitos. Creo que la mirada interseccional nos ayuda a repensarnos en base a aquellos privilegios y opresiones que nos atraviesan.

¿Por lo tanto, la clave está en que entre todos y todas repensemos las categorías de lo que hasta ahora hemos entendido como “femenino” y “masculino”?

Claro, primero tendríamos que ponernos de acuerdo en qué es "masculino" y qué "femenino". ¿Yo dejo de ser "femenina" si no me maquillo o si no llevo falda y tacones? ¿Dejo de ser “masculino” si me ocupo de cambiar pañales y de consolar a mis hijos/as? Para mí, como antropóloga social, "femenino" y "masculino" son dos categorías socialmente construidas, que remiten a jerarquías sociales en ámbitos que se han querido separar (espacio público, político para lo considerado masculino/hombre y espacio privado, doméstico y despolitizado para lo femenino/mujer). Son categorías que cambian en diferentes contextos. Pero a la vez, también es un lenguaje común para ser entendido y que se vea que la transformación que se pide no es un ataque a los hombres sino a una determinada construcción hegemónica de la masculinidad. No creo que al hombre se le pida ser "masculino" sino que su masculinidad, su identidad como "hombre", no signifique situarse en superioridad. Es decir, que pueda construirse de una forma más libre, integrando todos los aspectos humanos como la expresión de la ternura, de la sensibilidad y la emoción, así como ocuparse de las tareas de cuidado y domésticas, a la vez que renuncia a ejercer la supremacía socialmente adquirida. No se le pide nada que no esté recogido en la declaración de los derechos humanos.